Por Sara Romero Moreno (2º ESO B)
Premio Concurso de relatos de terror, horror, misterio.
Las estrellas estaban escondidas tras las densas nubes en
aquella noche de octubre, en la que las gotas de rocío otoñal bajaban lentas
por los parabrisas. El asfalto, también húmedo, hacía difícil el camino de
aquella muchacha que cruzaba la calle, esperando el verde del semáforo, a pesar
de no haber ni un solo coche. Se le había hecho tarde en la biblioteca. Tras
estudiar unas cuantas horas, se le había hecho irresistible coger uno de esos
libros de terror que tanto le gustaban. Adoraba ese género pero, sobre todo,
los de monstruos; desde vampiros o fantasmas hasta dragones y mantícoras. Tras
varias horas buceando entre las letras, el malhumorado bibliotecario le había
pedido que abandonase el recinto, que tenía que cerrar.
Empezó a escuchar un ruido, como un chapoteo tras de ella. Pero
no era nada, sólo el viento, arrastrando folletos de propaganda olvidada. Se
aferró a su carpeta, sintiendo cómo el sudor entre sus dedos humedecía el
plástico. Aceleró el paso, deseando llegar a su piso, refugiarse entre las
mantas, y probablemente seguir donde lo había dejado con su querido amigo
Poe.
Volvió a escuchar el ruido, y giró la cabeza hacia todos lados
de nuevo. Nadie otra vez.
Tal vez sea un vampiro. Y con una risa interna pensó: Vamos,
“Drac”, intenta hacerme algo. Lo he leído todo sobre ti, amigo. Dejó vagar a su
imaginación y algo más calmada, comenzó a descartar posibles bestias que
podrían atacarla. Un hombre lobo no, porque no hay luna llena. ¿Un dragón en
Sevilla? No lo creo. Un basilisco tampoco porque no hay grandes cañerías. Y un
fantasma menos porque no he abierto ningún…
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una mano grande, de
dedos gruesos y palma callosa sobre su boca. Ahogó un grito, y dejó caer todos
sus libros al suelo, donde las historias dejaron de tener sentido, y la tinta
huyó junto a la lluvia por un desagüe. Forcejeó inútilmente con aquel hombre,
que la arrastraba al callejón del bar donde desayunaba todos los días antes de
ir a la universidad.
Se aferró al brazo del agresor y con sus uñas le marcó un
profundo arañazo desde el codo a la muñeca. Él blasfemó, y la tiró al suelo de
un puñetazo. No sabía qué hacer. Le dolía el pómulo y todo le daba vueltas.
Tenía sangre bajo las uñas y en la barbilla, y se había hecho daño en las
rodillas al caer. Toda su ropa estaba húmeda y tenía más frío que nunca.
Aquel hombre rasgó los botones de su camisa, y la arrojó a algún
lugar entre los cubos de basura.
Entonces, ella comprendió que sus fantasmas y sus vampiros eran
inofensivos. Que no eran más que historias divertidas en la seguridad que te
daba poder cerrar el libro en cualquier momento.
Comprendió que los monstruos existían, y había uno mirándola con
una maliciosa sonrisa, en la entrada de aquel oscuro callejón.
Dedicado a todas esas guerreras, que libran batallas con los más
horribles monstruos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario