• El centenario del nacimiento de Gloria Fuertes está consiguiendo quitar
los velos que cubrieron su poesía, incluso su persona.
Nuestra sociedad mantiene, entre otros,
dos conflictos seculares que no acaba de resolver: la igualdad de la mujer y el
respeto por la risa. O los desprecia o le provocan apuros, problemas. Si una
mujer escribe poesía en un Parnaso y alrededores repletos de hombres, si el
humor aparece con frecuencia en sus versos, si, además, una parte de su obra la
dirige al público infantil y juvenil sin prejuicios y triunfa en un medio tan
del vulgo como la televisión, entonces tendrá garantizado un lugar por los
márgenes de la historia de la literatura o en los pies de página de alguna
tesis. Esa mujer es Gloria Fuertes.
Las celebraciones de efemérides con
números redondos como los centenarios tienen sus cosas buenas. Por ejemplo, se
habla durante unos meses de literatura, se reeditan obras descatalogadas o se
reaviva el recuerdo de un escritor o de una escritora. A veces se
consiguen conmemoraciones tan originales como la del centenario del nacimiento
de Buero Vallejo en 2016 sin que viéramos una obra suya en la cartelera.
El centenario del nacimiento de Gloria
Fuertes está consiguiendo quitar lo velos que cubrieron su poesía, incluso su
persona. Se reedita toda su obra y se elogia a la poeta sin veladuras desde las
portadas de los suplementos literarios.
Gloria a la poesía
Asombra al leer sus Obras
incompletas (Cátedra, 1999) la complejidad de su poética tanto por los
temas como por la riqueza formal, desde la vanguardia del Postismo, póstumo
ismo surgido en tiempos de posguerra en España, a la tradición popular. Nunca
abandonó ni la vanguardia ni lo popular, pues mantiene el atrevimiento propio
de la vanguardia a lo largo de su obra y los recursos tan queridos de la poesía
popular: la rima, el humor, coloquialismos, apelaciones al lector, o recursos
tan característicos como el paralelismo o la repetición. Esta alianza entre la
vanguardia y lo popular la relaciona con dos glorias de la gloriosa Generación
del 27 (Alberti y Lorca), y no la abandona en los poemas dirigidos al público
infantil y juvenil.
Lo sorprendente, tan querido de la
vanguardia, lo popular, que surge casi espontáneamente, y la ausencia de
ñoñería, tan abundante en la mala literatura infantil, explican su éxito entre
esos lectores que añaden la lengua y la poesía a su lista de juegos desde que
empiezan a manejar las primeras palabras.
Su larga vida poética atraviesa también
las zonas en las que se manifestaba la poesía social,